YouTube, IA y otras ficciones
Sobre el horror de posibles películas personalizadas con IA, el algoritmo de YouTube, reminiscencias de viejo software de los 2000
Kitsch IA
A lo largo del año uno de mis principales distracciones ha sido mirar videos de YouTube sobre Inteligencia Artificial, que evidentemente no es la manera más sofisticada de informarse sobre este o cualquier otro tema, pues es una plataforma llena de apocalípticos por un lado y entusiastas desmedidos por el otro, lo que me lleva a mirar todo el fenómeno con una dosis saludable de escepticismo, quizás destacando una que otra cuenta con una visión más atemperada frente a los entusiasmos risibles de los tecnófilos. Las predicciones van de lo inevitable: la pérdida de un porcentaje importante de empleos humanos, a lo rocambolesco: la posibilidad de crear una IA que se convierta en deidad.
El mundo que muchos de estos proponentes de la IA esperarían ver florecer en la próxima década me parece, en muchos sentidos, un mundo horrendo (y estoy consciente de lo predecible de esa postura). Quizás hay un sesgo enorme ahí porque muchas cosas por las que todavía siento algún aprecio, como la música, el cine o la misma radio, mi área de trabajo, podrían ser automatizadas. La pregunta es si alguna vez podrían llegar a estarlo por completo, lo cual me parece más dudoso, no por algún tipo de ingenua creencia en que las compañías tech o los medios quieran mantener el “factor humano”, sino por la resistencia o el cansancio del público. Las redes sociales en algún momento parecían eternas, ahora parece comenzar su decadencia aunque su desaparición total, obviamente, resulta más improbable.
Una de las estupideces más grandes que me ha tocado escuchar en estas discusiones es la posibilidad de crear películas a la carta, en donde una persona pueda decirle a un televisor inteligente que le haga una película a la medida, en la que aparezcan tales o cuales actores o actrices y siguiendo determinadas tramas según la preferencia del espectador, un día una “comedia romántica” otro día un “thriller” (y ya solo la estúpida convencionalidad de estas categorías señala por donde va la cosa).
Ya es dudoso que esto pueda concretarse desde un punto de vista técnico, al menos en pocos años, pero, en un sentido más amplio, también podría plantearse: ¿para qué debería existir algo así? Si ya, en todo caso, la inmensa mayoría del entretenimiento mainstream está increíblemente calculado para satisfacer a determinadas audiencias de la manera más burda posible ( “fan service”, franquicias que perfectamente podrían estar guionadas por algoritmos etc), esto sería solo un paso más hacia la completa optimización del entretenimiento en una especie de capullo unipersonal de historias hechas a la medida, que probablemente sean nada más que un rejuntado de clichés rancios, al venir de una inteligencia artificial entrenada con miles de películas que utilizan fórmulas muy similares. Y aunque como apuntaba, cierta resistencia podría darse, nunca hay que subestimar nuestra propia estupidez, que puede derivar perfectamente en un mundo repleto de kitsch IA. Incluso la idea de una película IA de carácter “idiosincrásico” o “experimental” no sería más que un rejuntado académico de manierismos similar a las peores películas de festival.
También podría ser que yo esté completamente equivocado y que la IA sea, simplemente, la demostración final de que no había nada particularmente especial o único en la creación humana y que, en realidad, una tecnología disruptiva como esta puede llegar a emularla e incluso superarla, poniendo fin a la era del humano como creador y dejando al arte hecho por personas como un lujo estrafalario o un nicho para clases acomodadas globales, a la manera de los productos “artesanales” o las experiencias de “turismo ético”. Esto podría ser algo así como la venganza final de las corrientes de pensamiento que, del siglo XX hasta acá, convirtieron la palabra “humanismo” en una palabra sucia, un concepto falsamente ingenuo que ocultaba estructuras de dominación y demás afirmaciones que terminaron en una nueva doxa. Bajo estas circunstancias serían los billonarios de Silicon Valley los sepultureros de ese viejo humanismo, en un giro que, decirle irónico, sería quedarse corto. Hoy en día son neo-reaccionarios como Peter Thiel u oportunistas amorales como Elon Musk quienes son más radicales y revolucionarios que los que se autodenominan “revolucionarios”. Así que nunca está de más recordar que cuando se posturea “radicalismo” al final uno no sabe quiénes lo pueden terminar representando y para qué fines.
Incels de algoritmo
Como Youtube es lo único parecido a la televisión que consumo, ya no me resulta para nada sorpresivo saber cómo funciona el sistema de recomendaciones. De entrada parece una especie de ciclo de reforzamiento de ideas. Por ejemplo, en los últimos meses he visto algunos videos sobre por qué Spotify es una mierda1, por qué la Generación Z está arruinada, y demás cosas que podríamos incorporar dentro de la categoría de doomerismo. Y, de manera predecible, cada vez que entro a la página principal de YouTube, me salen decenas de videos recomendados, más o menos en la misma línea. Es decir, uno ve dos o tres videos con cierta postura ideológica y le van a aparecer 30 más similaares. Y aunque mi interés en este discurso sombrío viene más de una curiosidad sociológica que de una adhesión total, pienso en qué pasaría si me sumergiera por completo, al rato podría terminar como esa gente que piensa que, con todo y todo, el Unabomber era una persona de bien con posturas políticas impecables. Es altamente improbable. ¿Qué tan legítimamente efectiva sería esta radicalización algorítmica? Desde hace varios años comenzó una especie de pánico moral respecto a la supuesta radicalización —en este caso, de hombres jóvenes— producida por el reforzamiento de ideas algorítmicamente dirigidas, que llevaba a que todos estos pobres machos alienados se convirtieran en incels de extrema derecha. Parece que la realidad, como suele suceder, es más aburridamente “complicada”
Pero, más allá de lo poco original de mi observación, creo que me ha llevado a pensar sobre la cultura de servirle todo en bandeja a la gente y la llamada “economía de la atención”. Esta termina en una serie de contenidos —y cómo detesto esa palabra, pero no se me ocurre ninguna mejor— diseñados para apuntar a un público muy específico de la manera más demagógica posible, con el fin de lograr la tan deseada interacción en redes sociales.
Esto queda muy claro con mucho del humor que uno encuentra en los reels de Instagram, a veces simplemente diseñado para validar las posturas virtuosas del público. Por lo tanto, en vez de humor, es una especie de moraleja que imita torpemente la sorpresa del humor verdaderamente interesante. Quizás sólo ciertas páginas de memes todavía conservan algo del espíritu amoral y anárquico del mejor humor.
Saliéndose un poco de la burbuja progre, las cosas no cambian demasiado. Hay humor para bros, para basados, para normies, para otakus, y hasta humor cristiano. Esto no es simplemente el hecho de que exista cierto tipo de comedia para cierto tipo de público, lo cual sería una banalidad ni siquiera digna de mencionar. Lo que cambia aquí es el grado de optimización que busca este humor para llegar a una audiencia imaginada (y monetizarla), por lo que siempre hay un un aire de desesperación y de falsedad en esta forma descarada de pandering, como lo llaman los gringos. En realidad casi todo lo relacionado con redes sociales ha terminado impregnado de ese tufo de desesperación. Antes era bochornoso cuando las grandes marcas le hablaban a la gente como si fuesen sus amigos, hoy todo se convirtió en una marca, desde el festival de música “indie” a la modelo de OnlyFans.
Millennial geriátrico
Un episodio de mi niñez me llega a la mente durante un período en el que estuve viendo mucho “contenido” relacionado con videojuegos. Es ese tipo de cosas que tienen un carácter ligeramente mítico, que suenan más a leyenda urbana aunque algunas personas me han comentado que les sucedió lo mismo. En esos canales tipo 3 u 8, no recuerdo bien, de vez en cuando entraba una señal de alguien jugando Super Nintendo. Casi siempre eran juegos de Mario, no sé si Super Mario World o Super Mario All-Stars. Y entraba la señal en blanco y negro, nunca supe por qué. Me puse a pensar que la explicación más probable es que fuese una interferencia de señal de alguien que estaba jugando cerca. O incluso algún amateur que transmitía de manera pirata sus partidas de Super Nintendo, lo que lo convertiría en un pionero de los actuales streamers.
Este desvío gamer, por decirle de alguna manera, me ha llevado también a recordar, vía YouTube evidentemente, un montón de tecnología ya olvidada, o si no del todo olvidada, claramente anacrónica, pero que es parte de la memoria sentimental de mucha gente, sobre todo en Latinoamérica, donde hemos sido más laxos con la piratería.
He visto varios videos sobre Ares, uTorrent, incluso el infame Softonic, página que llenaba la computadora de virus y malware de todo tipo, discos quemados, disquetes, software crackeado, cafés internet; todo un mundo desaparecido, que estaba en su apogeo cuando yo era un estúpido joven de 20 años jugando Age of Empires en la computadora de la casa como un tarado, horas de horas de horas de horas (¿en realidad era tan adictivo ese juego de mierda o simplemente no sucedía mucho en mi vida? Probablemente las dos cosas). Pero bueno, esa fue la época en que me tocó vivir, y no puedo decir que no tuviese sus aspectos entrañables. Incluso alguna vez se burlaron de mí por comprar el Sim City original, lo cual era causa del mayor desprecio por lo supuestamente fácil que era conseguirlo pirateado, comprarlo original era de jaibos, de buenazos.
Fue quizás un período ya vivido parcialmente a través de pantallas, y ni siquiera las pantallas del teléfono o de la tablet, sino las pantallas de los bastante incómodos monitores de computadora, que hasta el final de la primera década del siglo comenzaron a adelgazar. Luego todo se volvió más limpio, más engañosamente inmaterial, menos tosco, no importa si mejor o peor, lo que estaba claro era que una fase quedó clausurada por ahí del 2011. Mi primera copia de Adobe Audition, software de edición de audio, la conseguí pirateada en un CD-ROM en uno de esos desaparecidos café internet de San Pedro, hoy tengo que pagar una suscripción anual y ya piratearlo supera mis habilidades o mi paciencia.
Que sin lugar a duda lo es. Dejé de usarlo para pasarme a otra compañía, una muy ética que se llama Apple, que nunca ha hecho nada malo. Simplemente, la interfaz de Apple Music me parece más limpia, y la utilizo para escuchar discos completos y evitar la dispersión de Spotify y sus canciones sueltas y listas de reproducción, además de su cada vez más feo y recargado diseño.